24 de agosto de 2010

Historias de Madrugada 4

No era enojo. Tampoco algún tipo de molestia. Era algo peor.

Era decepción.

Pensó. ¿Porqué siempre me preocupo, me ocupo, realizo acciones que en mi vida pensé, muevo cielo, mar y tierra por encontrar algún detalle, trato de no fallar en esas cuestiones importantes, y como respuesta me doy cuenta que de un tiempo a la fecha, esas actitudes ya no las tengo de vuelta, sólo noto que esa constancia que tanto presumía y amaba, que me hacía tan feliz, que era mi salvación, mi luz y mi vida; se la está llevando el viento, ya no es la misma?

¿Por qué debería de seguir igual?
Si lo que pensaba que lo único que nunca lo iba a lastimar, fue lo que lo dañó más profundo.
Si lo que pensaba que lo único que nunca le fallaría, le falló.

Su actitud, que muchos le decían, era “asquerosamente noble”, le hacía pensar en seguir comportándose igual, de seguir siendo esa constante, pero también creía que debía de parar. Quizá era el momento de cambiar.

También pensó, que quizá sólo era el momento recién ocurrido, y con el paso de los días, todo volvería a la normalidad. De hecho, esto último es lo que pasará.
El trago amargo aun quema en la garganta. Dejemos que lo digiera, y lo descrito en los párrafos previos quedara como un simple arrebato. El sentimiento que comparten es demasiado fuerte y mucho más grande que este simple acontecimiento, así que no dará al traste con tanto tiempo de relación.

Pero, lo que si les puedo asegurar, es que nunca en su vida había tenido un sentimiento tan raro, tan indescriptible. Dolor, desamor, muerte, enojo, coraje, furia o lo que ustedes digan, se queda corto.

Conoció la decepción, la verdadera decepción; y eso, mis queridos lectores, es peor que todo lo anteriormente descrito.

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