Curiosamente,
todo ocurrió un día antes de partir. Una de las decisiones más difíciles de mi
vida a través de un teléfono celular (si, a lo que nos ha llevado la
tecnología), donde lo que más deseaba desde hacía varios meses atrás se me
presentaba a puertas abiertas, y yo decidí cerrarlas.
No voy a mentir.
Me costó bastante trabajo, que hasta hay momentos, de escasos segundos, en que
me arrepiento de lo que elegí. Amo demasiado a esa mujer.
Parece que todo
estaba planeado para que se diera de esa forma. A finales de julio decidí tomar
vacaciones y mi elección fue retirarme por unos cuantos días a Tijuana. La
fecha: el primer fin de semana de septiembre. La idea era simple, salir de la
cotidianidad que representa el horario laboral y convivir una y otra vez con la
misma gente.
A medida que se
acercaba la fecha, distintas situaciones se fueron presentando y provocaron que
mi deseo porque llegarán los días de libertad fuera más fuerte.
“No pierdas tu tiempo mostrándote sin velos ante quien
tiene cataratas en los ojos”
Justamente en
esos días, la ansiada oportunidad de empezar una relación se me presentó. No
voy a mentir, no me lo esperaba. Lo único que hice fue intentarlo. A pesar del
pasado que acarreaba la relación, quise darme la oportunidad. No me gusta
quedarme con “hubieras”, más vale hacer el intento y dejar que el destino le dé
cierto principio o final a los acontecimientos.
Dos días antes
de partir, un miércoles, lo que apenas comenzaba a darse empezó a derrumbarse.
Un día después, finalizó. Recuerdo mi última frase escrita en el celular: “No
iré”. Sabía que con eso terminaba un periodo de más de 8 meses que me trajo
varios sinsabores. Para mí, más buenos que malos.
“Una huida a tiempo o si no
te llevarás una nueva decepción”
El viaje a Tijuana llegó en el momento justo. Hay ocasiones en donde
lo más saludable es distanciarse de todo por un tiempo. Y en un principio no me
estaba funcionando. Los recuerdos se agolpaban y casi
lograban llevarme a un colapso, cosa que no sucedió.
Todo cambió el sábado, cuando después de rodar por las calles de la
desconocida ciudad, llegué con mi único amigo en aquel lugar. No creo en las
casualidades, pero si en las causalidades. Quizá fue el escuchar un discurso
diferente a los que había escuchado anteriormente. Tal vez fue la forma en que
se presentó la plática, pero en cierta forma me abrió los ojos.
Lo dijo de una
forma que logró impactarme. Logró recordar varios momentos de la larga plática.
Me lo dijo un terapeuta. Las relaciones son como
comprar un carro. ¿Si tuvieras dinero que carro comprarías? Obviamente el de
mayor valor, el más nuevo, el que más te atraiga. Si no tienes dinero, ¿cuál
comprarías? Pues el que te alcance. La cosa es que uno no debe conformarse con
lo que “le alcance”. Nosotros debemos de hacernos a la idea y creérnosla de que
contamos con el dinero para comprar el auto que deseamos. Hay que creer que
podemos tener la relación adecuada y con la que te sientas más a gusto. Que podemos tener lo que queremos. No con
la primera que salga.
Tal vez hiciste planes a futuro. Pero no hay que
pensar en hubieras. Quizá es triste pero no se gana nada. ¿Porqué pensar en
algo que no existe y desgastarse por alguien que en este preciso momento no
está pasando ni pensando lo que tú?
Hay personas que están contigo y las haces sentir
mejor, las haces sentir bien. Y quizá tú estás con esa persona pero no te
sientes así. Llega el punto en que hay que ser egoístas, hay que estar con
alguien que te haga una mejor persona, que te haga sentir mejor, que te deje
algo.
Hay que aprender a valorarse y conocerse un poco más.
Quizá suene trillado, pero es la verdad, hay que darnos tiempo para nosotros
mismos. Si nos dedicamos a nosotros comenzamos a ver las cosas de otra manera.
Después de la
charla, recuerdo que quedé en un estado de semi shock muy extraño. No sé, quizá
sus palabras cayeron en un momento justo. Tal vez la experiencia vivida los días
anteriores buscaba salir de alguna manera y encontró una desembocadura natural
en el sermón escuchado minutos atrás.
A partir de ese
momento quedé un poco más tranquilo. Ese día en la noche, fue bastante cómico
ver mi situación reflejada en mi compañero. Sentí que la gente en mi ciudad
natal me miraba de ese modo en que yo observaba a mi camarada. Quizá es mi
imaginación, pero esa es otra historia.
En resumen, mi
viaje a Tijuana tuvo bastantes epifanías…