(Hay veces que la madrugada actúa como terapeuta y te ayuda a exteriorizar lo que te tiene mal)
Contando este martes, son cinco días.
Han sido difíciles. De un constante ir y venir de emociones. Unas cosas me tranquilizan, otras me revuelven el estomago, otras me decepcionan. Mientras tanto, trato de llevar el día a día haciendo como si no pasara nada cuando por dentro el 80% del tiempo estoy inquieto, reflexivo y desanimado.
He sentido ese nudo en la boca del estomago tan reconocible cuando las emociones se apoderan del cuerpo humano.
Volvieron la colitis nerviosa, el malestar en el pecho, la ansiedad, las ganas de salir corriendo, de arrancarme la cabeza y dejar de pensar, el querer gritarte y hacerte entrar en razón. Pero todo esto me lo guardo para los momentos menos adecuados.
Si de algo estoy seguro es que la imaginación es traidora por excelencia. Puedes crear miles de escenas y repetirlas una y otra vez en tu cabeza aunque no exista certeza en las mismas. Y a pesar de ello, cumplen con su cometido: joderte la vida.
Hoy extraño mucho lo que tenía. Duele preocuparse. Duele recordar. Pero hay cosas que están fuera de nuestro alcance y que por más que luchemos por cambiarlas no queda en nosotros modificarlas. ¿Qué si siento que hice lo que estaba en mí para ayudarla? Si. ¿Qué si es necesaria ayuda divina? Tal vez. ¿Que me encuentro en una desesperación incómoda? También.
Solamente pido al tiempo que por favor pase rápido. Y que las cosas se acomoden según su conveniencia.
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